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¿Me vas a querer, aunque no sea de tu sangre? - CB Altable

 

Cuando una mujer se plantea adoptar porque no puede gestar un hijo propio en su cabeza no cabe la idea de que no vaya a amarlo. Si una mujer ya ama a su futuro hijo nada más ver las dos rayitas en el test de embarazo, cuando no es más que una promesa, un anhelo, ¿qué no va a sentir una madre adoptante?

Normalmente, cuando una mujer llega a plantearse una adopción por causas de infertilidad ha pasado por tanto dolor que ni se imagina que no pueda llegar a amar a un hijo adoptado. Ha pasado por distintas fases de duelo que la han ido poniendo a prueba. Ha pasado por los meses de intentarlo con su pareja y ver, mes tras mes, como le bajaba la regla. Ha intentado programarse las relaciones sexuales conforme a su temperatura y calendario para “hacerlo” sus días más fértiles. Ha tenido que esperar, un mínimo de un año entero de reglas frustrantes para que un ginecólogo la acepte en su programa de infertilidad y empiece un periodo de estudios médicos a ella y a su pareja para ver quién tiene el problema para a continuación someterse a un bombardeo hormonal que parece más una tortura que un tratamiento amoroso para quedarse embarazada. Entre el diagnóstico y el tratamiento se va a consumir, como mínimo otro año, yendo rapiditos. Luego verá que, o no crecen óvulos en sus ovarios o que estos no son fecundados en el laboratorio o que se malogran todos.

Aquí empezará a tomar en cuenta una adopción de un menor institucionalizado que, por los motivos que sean, no puede vivir con su familia biológica. A estas alturas es una mujer triste, harta de ser un conejillo de indias hormonada. Y por las mismas hormonas, hinchada y con unos cambios de humor que no ayudan nada a su frustración. Tendrá un primer contacto con los servicios de acogida de menores español y se dará cuenta que la lista de espera se cuenta por años, que sumados a los que ella tiene se verá más como abuela que como madre. La esperanza va muriéndose dentro como podrido siente que tiene su sistema reproductor. Si tiene recursos económicos se planteará una adopción internacional, sino ya puede ir despidiéndose de ser madre y tirar sus sueños por el váter. Ahora queda pasar el cedazo de las pruebas psicológicas para evaluar su idoneidad como madre/familia. Y se preguntará por qué diablos los padres biológicos no pasan las mismas trabas. Se van unos seis meses de entrevistas con psicólogos para dilucidar que no eres una psicópata y que no dejarás abandonado a tu bebé a la primera de cambio. Y ya, ya has conseguido engañar (te vas con esa idea malévola) a los psicólogos y os han concedido el título de idoneidad para adoptar un infante y empieza la carrera con los abogados de aquí con los abogados de allí y empiezas a soltar pasta, que muchas veces no sabes a manos de quien va. Y al cabo de unos meses recibes una llamada de tu abogada diciéndote que en el país donde has solicitado la adopción hay un bebé disponible que puede encajar. Y organizas el viaje para conocerlo. Y te llevas contratado un médico independiente para que evalúe el bebé. Y te presentan una foto en el ministerio de la infancia y tienes que aceptarlo o rechazarlo así, con la foto y un exiguo expediente médico que te dan a leer. Si lo rechazas porque la patología que dicen que tiene no puedes aceptarla te enseñan otra foto. Y listo, si no lo aceptas te vuelves a tu país y a esperar otra asignación. Resulta que tu esperabas, por el país al que ibas que te enseñarían un bebé rubio de ojos azules, aunque tu eres morena y que ese bebé tiene los ojos rasgados y parece, sospechosamente, que tiene una anomalía genética. Lo hablas con la traductora, la funcionaria se impacienta, hablan entre ellas y te dice que está sano, que simplemente eres español y que a los españoles no les importa que no sea rubio con ojos azules, que tragan con cualquier rasgo étnico que llena los hospicios de su país. Y añade la funcionaria que es una niña, lo que tú habías sugerido en la solicitud y que si la rechazas ya no te aseguran que la siguiente foto sea de otra niña. Y tú, que piensas, si está sana y es una niña, pues qué más da su etnia y dices que sí, que aceptas la asignación y tú, tu pareja, tu traductora y tu doctora independiente cogéis un taxi y os vais al hospicio, que está a más de cien quilómetros. Y te encuentras con la niña, que tiene cuatro meses, que tiene los ojos rasgados y es morenita con el occipucio aplanado y está adormilada, “es la hipotonía típica de los niños de hospicio” te dice la doctora y empieza a explorarle los pares craneales, con su edad poco más. Y te dice que está bien, hipoactiva como es de esperar, pero con eso ya cuentas. Y vas cada día al hospicio, cien quilómetros de taxi, de ida y vuelta por los cinco días que queda hasta coger el avión. Y te vuelves sola, con una luz en tu corazón, una ilusión que va creciendo. Y mientras esperas a que el gobierno de su país te convoque para un juicio contra él para que le demuestres que contigo va estar mejor que en ningún sitio empiezas a comprar su ajuar y a enseñar las fotos que le has hecho esos días a tu familia y a tus amigos. Y a los cinco meses te llaman y te vuelves y después de algunas peripecias, como que está enferma con una bronquitis y que te la dan bautizada en su religión, te pasas allí un mes en un hotel, haciendo turnos con tu pareja para despertarla, darle sus papillas y su antibiótico y los papeles de inmigración y te vuelves con tu hija, feliz, a disfrutar de una baja maternal que va a servir para tu adaptación, porque ella se ha adaptado a ti desde el primer día, y ¿aún me preguntas si la voy a querer como a un hijo biológico?

Han pasado dieciocho maravillosos años a su lado, mañana se va a otra ciudad a estudiar a la universidad, convertida en una mujer sensata, divertida, independiente y amorosa.

Dudo que hubiera podido querer más a un hijo biológico y a día de hoy, le doy gracias a mi sistema reproductor por haber enmudecido antes de tiempo.

Y tú ¿cómo viviste su adopción? ¿tuviste hijos propios además del adoptado? ¿Los quieres más?

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