El amor es una llama que arde dentro de nosotros, y a veces este fuego puede ser muy incierto e inquietante. Cuando nos enamoramos de alguien, a menudo buscamos apaciguar ese deseo, pero al hacerlo, no nos damos cuenta de que estamos apagando la vitalidad de nuestro amor.
El deseo es lo que nos da energía y vida, y cuando tratamos de controlarlo o apagarlo, estamos en realidad matando el cariño. El amor no es una llama que se pueda dominar o extinguir a voluntad.
La alteridad, como capacidad de ser distinto, es el único lugar donde el deseo puede renovarse. En esa renovación se encuentra la clave para enamorar e inspirar ese fuego que abrasa pero no quema, esa tensión sexual contenida que apremia ser saciada.
Y yo me pregunto: ¿cuándo fue la última vez que fuiste diferente?, ¿cambias con regularidad tu peinado, tu forma de vestir, tu forma de sonreír?
El amor es una operación imaginaria que proyecta sobre la persona objeto de ese amor, una serie de características y dones atribuidas, en realidad es una invención de la persona que ama.
Se emplea tanta energía y tiempo en querer poseer el objeto de esos poderosos sentimientos, la persona elegida, que resulta una paradoja gritar a los cuatro vientos cuanto amor contiene tu corazón y al mismo tiempo enterrar en la cotidianeidad esa relación.
Vivir tu vida en un automatismo de repetición anula el lugar donde el deseo se nutre. La costumbre es lo opuesto a la sorpresa, la originalidad. Se instaura la apatía, la pereza, cada día es igual que el anterior. Y donde un día eran flores y risas, llega el momento del sepelio y el desamor resulta de soplar sobre la llama del deseo.
Matilde Yedra Yuste @matildeyedrayuste
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