Ir al contenido principal

Lo que nadie me contó - Gerardo Guinea González

 

MELI.jpeg


De pequeño quería un perrito. Este deseo creo que es común a la mayoría de los niños. Algunos quieren un gatito, otros un pez y otros una tortuga. Y siempre surge la voz de los adultos que alertan al niño sobre los cuidados y la responsabilidad de tener un animal. Y razón no les falta, pues seguramente muchos de ellos han visto como, el que era el juguete preferido de sus hijos, hace semanas que duerme en el fondo del cajón. Y un pez no puede dormir en un cajón. Solo lo hacen los gusanos de seda. Menos mal que este se convierte en mariposa y se aleja volando antes de que lo haga la atención de su amo.

Volviendo a las excusas de los padres, estos siempre ponen el típico ejemplo de sacar al perro en un día de lluvia, de dar de comer al gato mientras se ve un partido o de limpiar la pecera antes de salir de marcha, si el niño ya tiene edad de salir, porque muchas veces el empeño y la petición puede durar años. Y aquí es cuando muchos padres enuncian una frase, que sin darse cuenta, será clave en el futuro de sus hijos: “cuando seas mayor, y tengas tu propia casa, podrás tener los animales que quieras”.

Así me lo dijeron y así sucedió.

En las Navidades de mis 33 años, viviendo ya fuera de casa de mis padres, entró en la mía una linda cachorra de 4 meses llamada Meli.  

Cada vez que llegaba del trabajo, a nuestro hogar,  venía corriendo hacia mí dispuesta a lamerme la cara con el único peligro de que su rabo saliera, de tanto moverlo, disparado como un proyectil. Entonces aparecieron, tal como me habían advertido, los paseos bajo la lluvia, el quiero jugar contigo cuando ves el partido de fútbol y el son las dos de la mañana y tengo la tripa suelta... También entraron en casa, sin haberlos invitado, sácame a pasear cuando vuelves de tu noche de juerga, y sácame a medio día junto a tu amiga resaca.

También aparecieron: ¿qué vas a hacer conmigo en verano?, ¿qué vas a hacer conmigo el día de esa boda fuera de Madrid?,  y ¿cuántas horas me vas a dejar sola en casa cuando te invitan a otras casas a comer?

Y así, poco a poco, sin darme cuenta, Meli empezó a condicionar mi vida como lo hacen los hijos. Después de Meli vinieron mi hija Martina y mi hijo Pablo, por eso sé de lo que hablo, aunque siempre digo que es un poco peor porque a un hijo le dejan entrar en el cine, en el teatro, en los aviones… a pesar que ella siempre se comportó mejor que muchos niños no tan bien educados. Y lo digo en pasado porque hace unos días Meli se fue al cielo. Después de 15 años de vivencias, anécdotas y amor. Puro amor.

Y de esto nunca nadie te habla. Nadie te advierte. Y cuando la muerte de tu mascota llega, te rompe el corazón como pocas cosas en la vida lo hacen. La esperanza de vida de un perro es una quinta parte que la de un humano. Pero en eso no piensas mientras le lanzas la pelota, mientras le ves correr por el monte o cuando compras su pienso.

Y ahora que no está, es cuando me doy cuenta que llevo 15 años de paseos, cientos de fines de semana con caminatas por el monte, miles de casas barridas porque no dura el suelo limpio ni un día, e infinitos minutos llenos de caricias. Y muchas, muchas miradas. Dulces como ninguna.

Ella me enseñó una forma de educar (con premios, su motivación, nunca con violencia), una forma de amar (incondicional y simple) y una forma de disfrutar la vida (a tope).

¿Cómo se supera el desamor de su pérdida? Ni idea. Tampoco voy a dar ningún consejo. Cada perro es un mundo y cada persona una constelación.

Superarlo será lo último que ella me enseñe. De momento, como si de un gran viaje se tratara, me queda un feliz recuerdo y, a ratos, el mismo pensamiento perdido que te deja el punto y final con el que termina este texto.


Gerardo Guinea González


Comentarios

Estas son las entradas que más os gustaron

Abrazos - Marta P. Mahaux

  “Un día alguien te va a abrazar tan fuerte, que todas tus partes rotas se juntarán de nuevo” Alejandro Jodorowsky Nos conocimos hace muchos años, quizá unos 12. Al principio congeniamos poco, pero en seguida me cautivó. Nos hicimos inseparables. Hablábamos de todo, era mi confidente y mi paño de lágrimas, la persona que mejor me conocía, quien sabía absolutamente todos mis secretos. Recuerdo que buscábamos cualquier momento para poder estar juntos, aunque solo fuesen unos minutos. Como estaba mucho más ocupado que yo, siempre era él quien proponía hora y día. Me di cuenta de que solía ser siempre algún momento en que ya no tuviese más obligaciones, o que las que tuviese, fuesen a ser después de pasadas muchas horas. Así terminábamos estando juntos dos, tres o cuatro horas. Solo charlando. Solo desnudando mi alma ante él. Cuando tenía cualquier problema, acudía a él. Me acogía, me escuchaba y después siempre me abrazaba. Aquellos abrazos conseguían recomponer todas las piezas de m...

Feliz Navidad - Marta P. Mahaux

Para muchas personas, entre las que me incluyo, hoy Dios se hace hombre y viene a darnos su mensaje de amor. Para otras muchas personas no es así, confiesan otras religiones o creencias. Seas como seas y creas en lo que creas, hoy te invito a sentir el amor desde lo más profundo de tu ser. Hay años que llegamos a estas fechas pletóricos, llenos de amor y de alegría. Pero hay otros en los que no es así. Quizá falta alguien importante que se marchó durante el año pasado, o quizás tu salud está de capa caída, o la de alguien a quien amas. Pero, para mí, llegar a esta fecha con el corazón roto fue el peor de los casos. Hace dos Navidades me rompieron el corazón de la peor manera que uno pueda imaginar. Había sido engañada, habían pisoteado mi dignidad, habían roto mi confianza. El año que precedió aquella Navidad fue muy duro para mí, quizá uno de los años más duros de los que recuerdo. Nos había alcanzado la enfermedad, había perdido a una persona importante para mí, que murió de repente ...

Soplar sobre la llama del deseo - Matilde Yedra Yuste

El amor es una llama que arde dentro de nosotros, y a veces este fuego puede ser muy incierto e inquietante. Cuando nos enamoramos de alguien, a menudo buscamos apaciguar ese deseo, pero al hacerlo, no nos damos cuenta de que estamos apagando la vitalidad de nuestro amor. El deseo es lo que nos da energía y vida, y cuando tratamos de controlarlo o apagarlo, estamos en realidad matando el cariño. El amor no es una llama que se pueda dominar o extinguir a voluntad. La alteridad, como capacidad de ser distinto, es el único lugar donde el deseo puede renovarse. En esa renovación se encuentra la clave para enamorar e inspirar ese fuego que abrasa pero no quema, esa tensión sexual contenida que apremia ser saciada. Y yo me pregunto: ¿cuándo fue la última vez que fuiste diferente?, ¿cambias con regularidad tu peinado, tu forma de vestir, tu forma de sonreír? El amor es una operación imaginaria que proyecta sobre la persona objeto de ese amor, una serie de características y dones atribuidas, e...