Para muchas personas, entre las que me incluyo, hoy Dios se hace hombre y viene a darnos su mensaje de amor. Para otras muchas personas no es así, confiesan otras religiones o creencias. Seas como seas y creas en lo que creas, hoy te invito a sentir el amor desde lo más profundo de tu ser.
Hay años que llegamos a estas fechas pletóricos, llenos de amor y de alegría. Pero hay otros en los que no es así. Quizá falta alguien importante que se marchó durante el año pasado, o quizás tu salud está de capa caída, o la de alguien a quien amas. Pero, para mí, llegar a esta fecha con el corazón roto fue el peor de los casos.
Hace dos Navidades me rompieron el corazón de la peor manera que uno pueda imaginar. Había sido engañada, habían pisoteado mi dignidad, habían roto mi confianza. El año que precedió aquella Navidad fue muy duro para mí, quizá uno de los años más duros de los que recuerdo. Nos había alcanzado la enfermedad, había perdido a una persona importante para mí, que murió de repente y, además, estábamos inmersos en una pandemia. El colofón fue aquella situación.
De la noche a la mañana apareció una persona de la que yo llevaba años sin acordarme, en nuestras vidas. Más bien, en la vida de mi pareja. La eligió por encima de mí, por encima de todo.
Cuando lo supe mi mundo se desmoronó. Todo lo que yo creía sobre el amor, sobre nuestro amor, era mentira. Todo. Jamás me había sentido más dolida.
Hoy hace dos años de aquello y, hace poco, le di las gracias por haberme engañado entonces. Seguimos juntos, pese a todo. Le perdoné y empezamos a construir de nuevo nuestra vida. Cambiamos, los dos. Y nos queremos, siempre lo hemos hecho, y eso es lo más importante. Aun así, hace dos años descubrí que debía quererme a mí por encima de cualquier persona. Mi pareja, mis hijos; cualquiera. Debía poner mi bienestar primero, mi felicidad. No podía ofrecer el 200% de mí y recibir solo un 50% escaso. Por aquello le di las gracias. Porque hoy soy mucho más feliz.
Sé que tú, que estás ahora leyendo esto con el corazón en pedazos, piensas que soy una idiota por perdonarle, que el daño que te han hecho a ti no tiene cura. No es verdad. La cura para ese dolor está en ti. Crece, aprende, camina hacia delante. El pasado está ahí y es inalterable. El presente es lo que es, lo estás viviendo ahora. Pero tu futuro es incierto y el poder para que sea mejor está en tus manos. Voy a decirte qué cosas he aprendido desde aquella Navidad para ver si algo te sirve. Si es así, me alegro.
He aprendido que yo soy mi prioridad: mi salud, mi corazón y mi felicidad.
He aprendido que solo debo hacer aquellas cosas que quiero de verdad hacer.
He aprendido que estas cosas que hago deben ser para personas que me importan y, sobre todo, a quien yo importo.
He aprendido que las metas deben ser cercanas y realistas. Metas para la semana o el mes que viene. Sin más. En todos los aspectos de la vida.
He aprendido a confiar. En Dios, en la vida o el universo. En lo que cada uno elija. Pero confiar.
He aprendido que, de todas las situaciones que se nos presentan en la vida, podemos aprender algo. Siempre podemos sacar una enseñanza. Y eso es positivo.
He aprendido a valorarme y quererme más. Porque yo sé quién soy y lo que soy capaz de hacer. Solo yo.
He aprendido a decir que no.
He aprendido a decir la verdad siempre, duela o no, me deje como estúpida o no. Es mi verdad y es mi opinión. Y valen igual que la de los demás.
He aprendido que nadie tiene derecho a pisar mi dignidad. Ni siquiera yo.
He aprendido que el perdón es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismos.
He aprendido que a la única persona a la que le debo explicaciones es a mí misma.
He aprendido que no hay nadie que deba sentirse más orgulloso de mis logros que yo.
He aprendido que no tengo que agradar a todo el mundo, que no tengo que hacer nada para probar mi valía a nadie. Yo sé cuánto valgo.
Durante estos dos años he perdido a personas y he ganado otras. La vida ha puesto ante mí oportunidades cada día y casi siempre he sabido aprovecharlas porque, ahora, viajo sin miedo, sin carga sobre mi corazón. Esas oportunidades y mis elecciones me han traído hasta aquí, hasta el lugar en que me encuentro en este 25 de diciembre. Tengo el corazón remendado por mil sitios, dos o tres veces por el mismo lugar, pero ahora, ya no lo remiendo con puntadas ligeras de hilo. Ahora lo remiendo con oro que cubre todas sus roturas y lo embellece, como una pieza de porcelana japonesa. Mi corazón tiene cicatrices doradas, y son medallas. Porque, si no las tuviera, querría decir que jamás he amado. Y eso es algo de lo que sentirme orgullosa. Porque amar se me da muy bien, aunque me arriesgue a que me rompan de nuevo el corazón.
Marta P. Mahaux
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