Romper una relación, de pareja o un matrimonio, no tiene que ser obligatoriamente traumático para los hijos, si los hubiere. Si la ruptura es entre dos seres adultos emocionalmente estables, los progenitores van a actuar siempre en beneficio de los menores. El menor puede entender perfectamente la situación si se le explica que sus padres ya no se aman o no se entienden, que evolucionaron en sentidos divergentes y ya no hay puntos de encuentro. Verá que tiene dos viviendas y más juguetes para repartirlos y lo mejor de todo tiempo de calidad con cada uno de sus progenitores, pues lo ideal es la custodia compartida. Este es el escenario ideal y los chavales hasta pueden salir airosos de la situación, enriquecidos incluso. Lo malo es cuando los adultos no lo son en realidad, o sea, no tienen trabajada su inteligencia emocional. Es cuando utilizan al menor para atacar al progenitor contrario intentando ponerle en contra suya, criticando, menoscabando, con la intención de atraer el cariño